Estos cuentos pretenden reflejar a la parte amarga de la realidad que nos rodea. Si analizáramos a uno de ellos en solitario, probablemente nos alarmaría en grado sumo, pero al tomarlos a todos como un conjunto, lo que en realidad muestra un panorama aún peor, parecería que estuviésemos viendo algo que pasa más allá de nosotros… tal vez hasta una exageración, con el agravante de ser sesgada por la visión del autor. Existen dos tipos de personas en la sociedad: Los buenos y los malos. Obviamente, los buenos son mayoría. Sin embargo, no lideran a las masas. Los malos son quienes han tomado la iniciativa: El fútbol profesional está en manos de los barrabravas; El tránsito vehicular es rehén de los piqueteros; La justicia ha caído en manos de los abolicionistas; La educación pública y el transporte están a merced de los malos sindicalistas y sus estados de ánimo… y siguen los ejemplos. Cuando alguien hace algo malo, debe ser castigado en forma proporcional al daño causado. Para eso están las normas. Pero cuando los malos funcionarios del gobierno hacen la vista gorda ante desmanes y delitos varios, agazapados tras el populismo, la población buena y pacífica queda sorprendida al principio, anestesiada después y finalmente se acostumbra a que los violentos conculquen sus derechos impunemente. Y entonces aparecen unos pocos justicieros. Los pacíficos son los primeros en criticarlos, en actitud cobarde. Y tiempo después, ese sentimiento troca en deseos de venganza… deseos de ver sangre, y debemos empezar nuevamente casi desde cero. El propósito que busca este libro es hacer que despertemos de la pasividad que nos ha adormecido las ansias durante los últimos años, y empecemos a hacer valer los derechos de los buenos, ya que hoy los únicos que ostentan derechos, son los malos.