En tiempos de antaño, cuando el vivir era más ocioso y las mujeres y hombres del mundo llevaban menos prisa en su andar, uno podía toparse con simpáticos personajes que ahora sólo habitan en fábulas o cuentos infantiles.Cualquiera con la vista lo suficientemente aguda como para diferenciar un haya de un roble, o distinguir un duende de una roca, podía encontrarlos merodeando entre la espesura de los bosques, en floridas praderas, o a la vera de los ríos. A menudo, estos seres tenían algo para decir y las personas de aquel entonces gustaban de oírlos. Escuchaban atentos sus historias, y las moralejas, eran ricas enseñanzas tanto para los niños como para los adultos. Sin embargo, con el devenir de épocas más ajetreadas, donde las labores y obligaciones comenzaron a imponerse por sobre el ocio y la fantasía, la gente ya no tuvo tiempo para prestarles demasiada atención.Hoy en día, casi nadie recuerda a estos personajes. La mayoría de ellos se han marchado. Pero sus historias no se perdieron del todo. Algunas perduran aún en la memoria de la tierra... de las rocas que yacen aquí desde la configuración misma del mundo... en las ramas fatigadas de árboles milenarios... o navegando a través de los ríos que atraviesan montañas y desembocan en el mar. Perduran aún, y el Viento, Señor de todos los lugares, las recoge en su eterno deambular, en su danza imperecedera. Cobran forma en su canto y se diseminan como lo hacen las semillas en la brisa, como las palabras en el aire. Se dispersan y navegan por las almas hasta brotar en los corazones de quienes las oyen. Las historias de antaño renacen entrelazadas como las hojas de un árbol... en los Relatos del Viento.