Alejandro Wallace despliega con múltiples recursos el gozo de narrar, en un relato sensiblemente humano que parece abrazarnos, tocarnos a todos de un modo accesible que se disfruta del principio al fin.
Celebramos que se adhiera a la manera tan nuestra de compartir historias y que las vierta con la generosidad de un viejo narrador que jamás permite decaer el curso de la trama.