“La sombra la rodeaba, la acompañaba como una nube oscura, una niebla fina que mantenía libre su rostro.
Algo de mí se fue tras ella, bajé la mirada y seguí sus pasos sobre la vereda; había cruzado de izquierda a derecha, como si hubiera estado escribiendo su destino en la calle San Juan.
Mientras avanzaba su paso se vuelve lento y la niebla se iba perdiendo, como si progresivamente fuera mudando esa capa envolvente. De pronto giró la cabeza y me vio a los ojos, yo bajé la mirada en un breve instante, cuando volví a mirarla su rostro había perdido los ojos y en su lugar tenía dos grandes botones negros sin brillo, sin movimiento.”