“Hacía muchos años que Julio y yo habíamos dejado de frecuentarnos. Por esas cosas que uno le atribuye a la vida, pero que es puro cansancio nomás junto al lógico repliegue que se hace con el paso del tiempo ya ni nos hablábamos por teléfono. Sabía detalles dispersos de su existencia, que desde la década del setenta estaba limitada a las cuatro paredes de su departamento, al confinamiento en su silla de ruedas y a la ayuda que recibía de aquella paraguaya de ley, que su madre había traído a la Capital hacía tantos años. Prácticamente la mujer lo había criado y con mucha mayor devoción se dedicó a él luego del accidente que le costara la vida a Tía Elvira. Y ahora lo escuchaba, como una voz venida del pasado, que me pedía un encuentro en su casa porque “tengo algunas cosas que contarte y algunos datos que darte sobre aquellos tiempos del famoso viaje del Arco Iris. Yo sé que aquella parte de nuestra historia te interesa; he venido siguiendo tu trayectoria en los medios y…” El corazón me dio un vuelco. Claro que me intrigó. El hijo paralítico de aquella pariente que, en su tiempo, fuera la secretaria favorita de la Señora era un enigma para mí”.
Así comienza Elvira y la Señora, el último trabajo de Jorgelina Lagos, que recrea con mucho de nuestro pasado – y mucho de ficción - un momento culminante de la historia argentina.