Tres siglos después de la muerte de Jesús, el Imperio romano sepultó para siempre la verdad sobre su historia y sus enseñanzas originales.
En el año 313, con el Edicto de Milán, comenzaron a enterrar lo que él realmente fue y enseñó.
El emperador Constantino I, primer “póntifex máximus” de la Iglesia, reemplazó la verdadera historia de Jesús por creencias y mitos que fueron copiados del judaísmo y del mitraísmo, que él profesaba.
La auténtica historia de Jesús no es el que se enseña en las iglesias cristianas
Su historia es muy distinta de la que empezó a ser difundida siglos después de su muerte, más precisamente desde el Concilio de Nicea (325), cuando convirtieron al cristianismo en religión oficial del Imperio Romano.
El final de Jesús tampoco fue el que hoy se cree.