Nadie puede garantizar la felicidad a su descendencia, así y todo perseveramos desde el comienzo de los tiempos con ese hábito insensato.
La realización personal es el argumento más escuchado en el caso de una procreación responsable, si es que se puede denominar de esa manera fabricar nuevos seres. Es pasmosamente egoísta involucrar a terceros inocentes sin pedirles permiso solo para que contribuyan a una pretendida plenitud ajena. El altruismo, la compasión y la empatía, ausentes.
Más de la mitad de los nacimientos son no deseados, más de la mitad de las parejas terminan disolviéndose, los hijos siguen ahí. Jugar al papá y a la mamá con juguetes de carne y hueso se las trae, y no los podés guardar en un cajón cuando tus fuerzas flaqueen o simplemente te aburras.
La sobrepoblación y el cambio climático también tienen lo suyo para decir: el mundo está desbordado de personas que agotan sus recursos a un ritmo alucinante con el calentamiento global avanzando a una velocidad de vértigo.
Y qué hay del insoportable sentimiento de angustia desatado en la mayoría por el desasosiego en continuado que provoca el sinsentido de estar vivo y de la amputación de las libertades individuales que implica hacerse cargo de otro sin plazos.
A todos nos llega el momento de elegir, en el caso que gocemos de la opción, en vez de transformarse en un hecho consumado. Al protagonista de ésta historia también.