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FINAL DE BATALLA
-Contracara.  Batalla de Monte Longdon, Islas Malvinas, Argentina, 1982-
un Cuento de
Bonora Berenguer, Mati­as

FINAL DE BATALLA

-Contracara-



Junio de 1982. Monte Longdon,

Islas Malvinas, Argentina.




Culminaba la madrugada en la helada antesala del crepúsculo, dormido en su letargo. Hundidos en ese umbral apremiante, asumíamos la nueva misión confiada por el alto mando que exigía el límite de nuestra existencia y arrastraba, así, nuestra carne desmoralizada por la tácita aceptación del deber, que nos exponía en ofrenda a una historia que, posiblemente, jamás sería narrada.


Entrenados para ese ansiado momento, nos suponíamos capaces de afrontar la inminente tragedia, amparándonos en la disciplina y la obligación del soldado profesional. Pero, lentamente, fue derribando la realidad cualquier cimiento moral que nos sostenía hasta ese entonces. Sonó el silbato y formamos las dos filas que cargarían, con toda fuerza y agresión, contra el enemigo atrincherado entre el lodo escarchado y su orgullosa bandera argentina. La emoción era incesante. Concentrados en la rigurosidad aprendida de las apremiantes instrucciones, nos alistábamos y disponíamos velozmente de pertrechos para entrar victoriosos en acción de combate. Las dos filas en aliento, éramos una veintena de pares de hombres que se apoyarían conjuntamente para avanzar en el oscuro teatro de operaciones y desplegarnos, gracias a la tecnología y las novedosas tácticas impuestas por la experiencia.


El teniente Taylor extendió una cinta a lo largo de la formación limitando las espaldas de los infantes, ansiosos por una orden. A partir de allí, sabíamos que no podíamos volvernos hacia atrás. Todo sería un avance frontal hacia lo desconocido. Un ácido malestar pretendía rezumar por mis poros. Pero la expectativa, mezclada con la camaradería, engañaba al temor que nos recordaba la hombría. A esa altura ya no sabía si el hielo que recorría mis venas era propio del temor o, simplemente, el clima que reclamaba respeto. Esa incertidumbre esporádica, obligaba a concentrarme nuevamente en la misión. Nos aferramos a los precisos fusiles. El tiempo era velozmente pesado. Una afónica sinfonía de murmullos metálicos pasaban junto la ordenante voz de ?calar bayonetas? y las calábamos mientras seguíamos pensando esa recomendación alentadora. Al instante y obedientes, comenzamos a trepar la rocosa lomada. Quince metros de suave pendiente nos conducía al inicio del humano infierno que ya se respiraba y comenzaba a pesar en nuestras conciencias inquietas. Quince metros, casi interminables. Afortunadamente, quedamos agazapados detrás de la leve cima y, con pudor, asomábamos la mirada hacia el vientre de la noche agónica. Debíamos esperar, de acuerdo a lo coordinado. Era vital atacar antes del amanecer. Nunca anhelé tanto que el sol olvidara su camino. Éramos una ola contenida por el grito de batalla que no emergía. Algo sucedía y no podíamos saberlo. Lo mejor que podíamos hacer, era contener el aliento de guerrero para que no decayera el espíritu de lucha. La espera y la tensión del inicio ya lo habíamos superado. Pero se imponía otra espera. De alguna manera, con el tedio y los nervios, envejecimos y combatimos aunque no hubiéramos enfrentado al atrincherado enemigo, todavía. Esa espera nos debilitaba. Se extinguía con el fulgor helado de la inacción, mientras aquellos generales combatían en escritorios de adorno. Nosotros, camaradas del olvido, somos hogar de las balas y del filo.


Esperamos la orden que no llegaba. La adrenalina era letargo y el pánico asomaba. Ese páramo me confundía en el umbral de la furia y la humanidad que nos quedaba. Observaba mis compañeros, fusileros del gatillo sudoroso, como sombras que compartíamos un destino asumido, entre el hielo y el viento eterno. La espera era el peor objetivo. Ya podíamos oler a los argies: jóvenes asustados con aroma a Pampa, mate, hambre y Patagonia encendida.
Hundidos en la desilusión compartida, desenfundé mi familia del recuerdo y recibimos la orden de la carga final. Quitamos los seguros a los inquietos calibres de cobre y bronce, avanzábamos de par en par, agazapados y transitamos los metros interminables como sedientos ejecutores de una muerte anónima. No caminábamos más como Hombres. Éramos bestias insensibles y no existía el retorno, aunque sobreviviera de esa pesadilla mortal, que pesa. La pólvora y la sangre iluminaban el contorno de lo inimaginable. Avancé hasta el final de una batalla ya culminada en mi mente. Avanzábamos. Pisé cadáveres de soldaditos apremiados por el filo de nuestras bayonetas. Niños argentinos, con uniformes desabrigados, fueron nuestras alfombras de bienvenida a una amarga victoria. Culminábamos el espontáneo combate entre nuestras balas británicas y el enemigo llorando con desesperadas frases que no entendía: ?¡Mamá!?, ?¡…Me gusta Queen?, ?¡Soy colimba, soy colimba, no me maten!?… Tragamos nuestro deber y quedamos sin retorno.


El frío de la madrugada era atroz. Las bombas cesaron. El silencio no permitía gemidos ni latidos. Festejábamos agotados y me senté en la roca desolada. Me reflejé en ella y nos llegaban las noticias de las primeras bajas. El helicóptero nos trasladó al principio de todo. En la playa austral, frontera de esa isla y el mundo que no escuchaba ni miraba. El infierno vivía en nosotros y esperé sin sentir el tiempo. Desayuné sin palabras. La Reina ni enterada de nuestro esfuerzo.


El océano del Sur parecía un dios del que deseaba esconderme. Terminada la misión, antes del almuerzo, intenté acercarme a lo que fui. Luego me permití aceptar el cansancio. Todos, aturdidos, brindaban con sus dedos índices esguinzados de tanto gatillar. Preferí recostarme en aquel día que helado asomaba. Los jets y los misiles reemplazaban el graznido de las gaviotas, el rumor de las soberanas olas y apenas me dormí… carente de sueño, dormí despierto y esperé... esperé, como pude, el retorno en mi amargo final.


FIN





Matías Bonora Berenguer

Buenos Aires, 2017



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COMENTARIOS DE LA OBRA



BATTIATO, MARCELO
( hace más de un año)

BATTIATO,MARCELO
MUY BUENO... TE FELICITO..!!!

Gajardo Rebolledo, Victoriana Del Carmen
( hace más de un año)

Gajardo Rebolledo,Victoriana Del Carmen
Me gustó mucho.
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Occhiuzzo, Anibal Marcelo
( hace más de un año)

Occhiuzzo,Anibal Marcelo
Tan real como la pólvora de aquellos momentos....
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Di Virgilio, Adolfo
( hace más de un año)

Di Virgilio,Adolfo
Excelente. Muy bien logrado el relato. Se ajusta a la realidad.
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