Reunidas por la idiosincrasia de una sociedad, las vidas alcanzan a hilvanarse suscitando historias tan verosímiles como conmovedoras, que a lo largo de sucesivas y perfumadas acuarelas susurran al oído ilusiones, desencantos, promesas, pero sobre todo, instalan un halo misterioso que envuelve esas situaciones, sin propinarle opacidad alguna. Los sentimientos tienen la capacidad de sobreponerse a todo y ante todos. Más allá del escenario creíble, como en toda obra, hay varios caminos para seguir la trama de una verdadera historia literaria, y varias puntas para desenhebrar el hilo conductor. A propósito, alguna vez se dijo: “la verdad es un poliedro de tantas caras cuantos ojos la miran”. La autora ha pretendido ofrecer una prosa cuidada y estéticamente valorable en una novela construida con imágenes y escenas simples, con disgresiones temporales y varias intervenciones de la propia narradora y protagonista, observando o juzgando. Destácanse aspectos no poco significativos en este marco: descripciones esmeradas y simbolismos que regodean las situaciones. Podría decirse que es la parábola de diferentes mundos (natural y humano) que existen para complementarse, a través de la inspiración y creatividad, enriquecidas mutuamente. Como ejemplo de esta conjunción, el escritor Jorge Luis Borges expresó en cierta oportunidad: “quizá la nube sea/ no menos vana/ que el hombre que la mira en la mañana.”