“Un día voy a escribir un libro”. El emparrado del patio, allí en Ituzaingó, seguramente oyó la frase, como tantas veces había escuchado al niño leer en voz alta cuentos y poesías. Pasaron años, muchos, y el sueño se fue transformando en tantas cosas como se le ocurrieron ser o parecer.Cuando Villa Urquiza era arrabal, en mil novecientos cuarenta y seis, y el tres de julio se le ocurrió nacer, seguramente se llenó de asombro y le gustó, porque no deja de asombrarse. No puede.