Son muchas las cicatrices que aún tengo en el alma, porque si bien hoy no están a la vista, evidentemente quedaron dentro de mí por mucho tiempo. Me refiero a las cicatrices que sin darme cuenta, fueron saliendo a la luz cuando descubrí mi vocación, la de ser docente.Fui una alumna de la dictadura, adolescente sumisa y obediente. Como la mayoría de los jóvenes de aquella época, pero con el paso del tiempo, noté que no era así, que esas cicatrices me habían cambiado, que en realidad no era tan sumisa ni tan obediente. Pero para darme cuenta tuve que curarme de aquellas cicatrices, o por lo menos hacerlas invisibles.La docencia, es mi motor, hoy sé que no podría ser otra cosa, soy una trabajadora de la educación, que intenta curar a todos aquellos que quedaron marcados, a los que las cicatrices les taparon los ojos, los oídos, les ataron las manos, a los que todavía no pueden escuchar, no pueden soltarse y ser ellos mismos.Los jóvenes de hoy, tienen la enorme posibilidad de participar en diferentes opciones, como la política, el barrio, los centros de estudiantes, el club, sus familias. Es súper importante que sigan haciéndolo, que defiendan cada espacio de participación, que se convenzan que el futuro es de ellos y que son ellos los que nos marcan cuál es el futuro. En una época, los jóvenes eran vistos como “un peligro”, hoy esa idea se modificó, porque van desapareciendo esas cicatrices que algunos todavía tienen y no pueden curar.