En la obra de Alejandro Gabriel Sánchez uno encuentra una balanceada dosis entre el entretenimiento ameno y la reflexión profunda a partir de hasta el más trivial acto cotidiano. Es de esos casos que en un ámbito divertido expresan su crítica social.Con un gran dominio del cuento corto, cosa poco sencilla según he oído, desde las primeras líneas sentiremos entender a personajes que si no son como uno, siempre nos evocan a alguien que conozcamos. Nos sentiremos en su piel y seremos absolutamente conscientes de su tangibilidad. Recorriendo lugares comunes, nos lleva a experimentar en carne propia emociones del todo ajenas a nuestra realidad previa o a revivirlas como si estuvieran otra vez frente a nosotros, si ya habíamos tenido antes el privilegio de encontrarnos con ellas.En el apogeo de cada relato quedará nuestra atención sostenida por un suspenso tal que hasta la última palabra no sabremos a qué se llegará. Llegue a lo que llegue, nos sorprende, nos deja sin aliento y luego nos hace reflexionar: fue crudo, fue trágico o fue feliz. ¿Pero podemos culpar al autor? Después de todo no hizo más que, con mordacidad fidedigna, dar testimonio de lo que es la vida.Martín Darío Laurenzano