“Seguramente, cuanto más contacto se tenga con la naturaleza, la calidad de vida aumente, los problemas no tengan tanto protagonismo y la tranquilidad deba impacientar.
Yo vivía a cuatro cuadras de la playa, a una de la laguna y a dos de un morro pintado de verde natural. No existió el segundo en el que no oliera a la naturaleza.
Estuve solo veinte noches, seguramente de haber estado más hubiera llegado a sentir la necesidad de no poder vivir sin eso. La costumbre y el tiempo me habrían demostrado que mi escala de valores ya era otra, que lo importante en mi vida ya pasaba por otro lado.
Decidí volver, elegí la vida de ciudad, pero soy consciente de que hay una vida mejor”.