Los doce cuentos que integran Los trenes del tiempo narran historias autónomas que funcionan como fragmentos de un fresco sobre la vida de un pequeño pueblo rural cuyo nombre genérico ––La Estación–– evoca los cientos de localidades del interior del país sembradas a lo largo de las redes ferroviarias y atadas al destino del ferrocarril: florecientes cuando los trenes eran el otro nombre del progreso; sumidas luego en una lenta agonía cuando las políticas y los intereses económicos dejaron de favorecerlos. La serie, integrada por un escenario común y la reaparición de algunos personajes en varios de los cuentos, puede leerse como una fresca acuarela de la idiosincrasia provinciana, no exenta de nostalgia y finos trazos de humor. Sin embargo, una consideración más atenta advertirá en las historias, así como también en las voces encargadas de contarlas ––casi siempre inmersas en el mundo de la ficción–– una suerte de faux finishing que delata, en su alternancia de densidades y transparencias, un doble fondo donde nada es lo que parece. Entonces, es prerrogativa del lector dejarse seducir por la irrupción de lo insólito ––como aquella madre de todas las tormentas que azota al pueblo durante la visita a Argentina del papa Juan Pablo II, o la súbita muerte del líder político a causa de un ataque de hipo en medio de una arenga–– o advertir su pliegue irónico, la irrisión que esconde su articulación metafórica. Ambas opciones juegan su partida en el último cuento, que da título al volumen: “los trenes del tiempo” evoca, por inversión de los componentes de la frase, el tiempo de los trenes –cerrando así el eje temático principal de la serie–– pero además convierte en fábula irónica su significado literal: por decisión de los habitantes de La Estación, será el paso de los trenes, cada vez menos frecuente, y no el reloj ni el calendario, la medida del tiempo, y entonces el atraso, convertido en atractivo turístico, resultará en una paradójica ocasión de progreso.
GRACIELA TOMASSINI
«Con ternura y literatura, Marcelo Coccino nos entrega un recorrido por recuerdos, campo, pueblo, infancia transmutados en estos doce cuentos que juegan a ser grandes creciendo y creando a partir de emociones pequeñas pero inolvidables».
ANA MARÍA SHUA
«Los cuentos de Marcelo Coccino se leen como miniaturas finas y sutiles, donde se mezclan tanto la nostalgia, la ternura, como la ironía, demostrando una gran maestría del lenguaje, una impresionante capacidad de observación de las pequeñas peripecias de la vida cotidiana, una imaginación contagiosa, y un conocimiento sin fallos del delicado arte de narrar historias y, más difícil aún, de rematarlas. Lo que no puede sino recordarme aquello que me dijo un día el gran Bioy Casares: “No conozco nada mejor en este mundo que las buenas historias”».
LOUIS JOLICOEUR
