En una tierra de pájaros entonados y coloridos, rodeado de verdes infinitos y arroyos de antiguo eco, es un imperioso pulso el que lleva a decir, a cantar.
Una extensa tarea periodística por fuera de los claustros y por dentro de la vida cancionera y la tradición poética de Entre Ríos, me abrió una ventana por donde escapó una tarde una canción, un leve aletear del alma que anidaba en la guitarra. Y tomó forma.
Eso no sucedió sistemáticamente, simplemente porque no alentaba aquel temprano ensayo un ánimo de trascendencia, sino una necesidad de traducirse, de expresarse.
Las guitarras compartidas con amigos y bohemias, el darse a los demás propio de esta raza indómita que reside en el entrerriano, alerta acaso a la necesidad del semejante; caminaron conmigo los pasillos radiales, las redacciones con olor a tinta, los laboratorios fotográficos improvisados en el baño para que la foto esté en la edición de esta tarde.
La magia.
Todo este torbellino guarda nombres que serán extraños para algunos, pero para mi alma son pilares de la solidaridad, de la poesía, de la mesa tendida, del fervor en la discusión política y el abrazo final que custodiaba la promesa del próximo encuentro. Gratitudes que buscan un cauce de expresión.
Aquí están, sentados en la mesa del semanario “HOY” Luis Juan Puchulu (el “Gordo”), Roberto Agustín Farabello (Roberto Román), Jorge Enrique Martí, Roque Abelardo Ocampo, Linares Cardozo, Juan Carlos Luna, Aníbal Sampayo. En el nombre de la Peña Tradicionalista “El Espinillo” duermen todos los que alentaban encuentros musiqueros, sin olvidar a los eternos “Los Concepcioneros”, más antiguos que los mismos Chalchaleros, pero entrerrianísimos.
He tratado, en el decir Yupanquiano, leer el libro de mi alma e intentar expresarlo para que cada lector me ayude a traducirlo a su propio idioma; acaso para incentivar la lectura del libro propio en cada alma que abra este humilde muestrario de tímidos decires.
El autor