Hay algo en los relatos de Viviana Liubitch que se mueve por debajo o al costado de lo que se cuenta. Lo dicho ocurre claramente en El muchacho de la bicicleta –una historia que se resuelve con una bien repartida dosis de lirismo y misterio– y en La hostería, supuesta crónica de viaje que inicialmente transcurre con fingida normalidad pero que luego se dispara por vías inciertas. Ya sea a través de situaciones miserablemente cotidianas (Los del quinto) o incursionando en escenas casi alucinatorias (Los náufragos), los relatos de este libro no dan lugar a desenlaces previsibles o lógicos. En resumen, los naranjos de la quinta soñada por la autora se mantienen de pie invitando al lector a perderse entre las sombras y de repente descubrir el fruto en estado puro, y, también, en el momento menos pensado.Luis Gruss