“Una caricia no es la mano que toca, es el amor que transmite cuando toca; una mirada no son dos ojos con pestañas, es el amor que expresa cuando mira…”¿Qué pasaría si encontramos a nuestra alma gemela pero en el tiempo equivocado? ¿Qué pasaría si la volvemos a encontrar pero el tiempo es escaso? ¿Es el amor capaz de borrar límites para manifestarse y finalmente ser? ¿Es el amor capaz de reconocerse aun cuando el traje fuese otro, otro el rostro? En el nombre de Alba es ese desafío, el vuelo más liviano y el paso más difícil. Transgredir los miedos, enfrentarse a las miserias. Reconocerse sin juzgar. En En el nombre de Alba cada personaje es atravesado por las mismas situaciones que por supuesto involucran estos interrogantes, pero en distintos roles. Un padre y su hija; un padre que es esposo y su mujer; un padre que es esposo y es un hombre y su historia. Una mujer que es muchas mujeres, en distintos planos, en distintas realidades pero en todas es el amor. Una hija que se va descubriendo y se va reconstruyendo a través de su madre fallecida, de un padre que se va dejando conocer de a poco, y de lo que ocurre en y con los sueños. Todos tenemos alguna Alba, Clara o Mar en nuestra vida, en la realidad que vivimos a diario, o en la desconocida. Abrir la puerta para ir a jugar a lugares desconocidos es algo que está disponible todo el tiempo, al igual que la decisión de hacerlo. Desprenderse un poco de lo conocido sin dudas borra límites, y borrar límites amplía el parque de juegos. Entonces podemos desparramar las ropas y los pesares en el banco de plaza y ser. Ser libres, en vigilia y en sueño. En cuerpo y alma.