Y fue así que, entre los tres temas que me sacuden y angustian, escribí sin mayor interés que el de encontrarles un sentido. Un sentido a la muerte, la que no llega y que avanza esquivando a los prescindibles; un sentido al amor, algo tan efímero y perverso, asfixiante y fatal como una sutil descarga al pecho; un sentido a dios, aquel que sin ser humano ve, juzga y siente como tal. También incluí algún texto libre, quizás insuficiente, quizás sobrevalorado. La verdad, debo reconocerlo, es una sola: estaba cansado de corregir.