Esta es la historia de una de las numerosas familias que llegaron a la Argentina a principios del siglo XX.
El padre, maestro y director de su escuela, es también revolucionario e imprudente donjuan, convertido en comerciante para subsistir. Han planeado tener doce hijos, “los doce apóstoles”, pero Carmen corta la línea de los varones por cuya causa sentirá en toda su existencia una culpa que su madre quizá no haya perdonado.
En el exilio, Salvador ayuda, con una sociedad que funda, a inmigrantes que han debido como él abandonar su patria añorada.
La nueva generación, sin olvidar las raíces, se siente argentina, participando en la política nacional y se inflama de indignación cuando se pretende cambiar el Himno. Se dice liberal por sus ideas, pero no permite que la hermanita avance en sus estudios, obligándola a ser una autodidacta.
Carmen es como el Etna, a cuyo pie nació. Arde fuego en su alma, pero sabe refrenar las pasiones, que atempera o encubre como la nieve que rodea el cráter del volcán.
Acata la presión familiar, a veces justa, pero por momentos excesiva. Ya octogenaria, respeta las directivas maternas y las de sus hermanos. Es tan sensible, que las lágrimas nublan sus ojos cada vez que recita los versos aprendidos en la niñez, pero posee el valor necesario para llevar su casa adelante cuando el marido enferma y muere.
Cuida de éste y de su anciana madre con esfuerzo extraordinario. Hallará en sus nietas las hermanitas que siempre ansió.
He compartido con ella más de tres décadas y vi como, de las manos de Morfeo, pasó dulcemente a las de la Parca.
Su pensamiento, ya desaparecida, sigue orientando a su hijo, según éste declara, brindándole pautas de conducta y orientándolo en los momentos difíciles. Estas palabras, al igual que este libro, pretenden ser un homenaje a su memoria.

Marta Inés Díaz Ferreyra de Vives Heredia
Buenos Aires, 996