Víctor Ayala tomó la decisión de escapar del terror sindical. Dejó su Puerto Madryn natal para instalarse junto a su esposa en el próspero barrio de Ramos Mejía, cerca de la ciudad central.
Construyó un taller mecánico que permitió a tres generaciones de su familia atravesar sin sobresaltos la peor de las dictaduras, el dolor de la guerra, la llegada de una democracia endeble, los vaivenes económicos y la decadencia de la calidad de vida.
Hombre de honorables valores. Los transmitió a su descendencia. Tuvo un hijo y dos nietos.
No siempre alcanza.
El infortunio y sobre todo, el peso de las decisiones, pueden debilitar la más firme de las estructuras.
Toda el clan Ayala entonces, deberá atravesar situaciones desagradables, de tensión, de dolor y tratar de salir fortalecidos de todo eso.
Como cualquier otra familia argentina.
Carlos Sanfelippo escribió un texto más de calle que de salones. Más rockero que melódico. Más nocturno que diurno. Más “Maradoniano” que “Messista”. Más peronista que conservador.
En su primer novela muestra un mundo que conoce. Ese que habla de lo complicado que puede ser el día a día, a pesar de tener buenas intenciones y poner el mayor de los empeños.