En el prólogo el autor nos dice: “Desordenados, cuentos y escritos se apilan delante de mí, incluso algunos ya publicados.”
Si los quemara como hiciera con las hojas secas del plátano, no iba a sentir el mismo poder evocador de la infancia. Entonces vinieron a mi memoria las palabras de Jorge Luis Borges: “Un texto definitivo sólo pertenece a la religión o al cansancio del escritor”. Fue allí cuando decidí publicarlos con el nombre de MISCELÁNEA, por su carácter proteico y multiforme.
Ilustra la tapa de este libro el cuadro “Desolación” de Carmen Yokobori Noya. En él, un niño oculta su rostro. Nos preguntamos de qué y de quién. Será, acaso, del silencio que impone lo inefable y nos limita. Ante ese misterio, quizás el lector encuentre una respuesta.