Para los egipcios en la antigüedad, el escarabajo azul o pelotero (Scarabeus sacer) estaba vinculado con el dios Jepri (o Khepri), forma de Ra como Sol Naciente, el símbolo de la constante transformación de la existencia. Su nombre jeroglífico se traduce como ḫpr (o xpr), que significa convertir o transformar. Era la criatura, junto con el ser humano, que mejor expresaba el orden divino, sólo que este pequeño insecto conseguía además resucitar. El escarabajo pelotero recoge una pequeña cantidad de excrementos que moldea hasta formar una perfecta esfera: una vez concluida la transporta haciéndola rodar hasta enterrarla, depositando sus huevos en ella (esta bola se asociaba al sol y su recorrido al ciclo solar). La capacidad de tomar los desechos y transformarlos en multiplicación de nueva vida generaba este reconocimiento divino. En los rituales funerarios, amuletos con forma de escarabajos (escarabeos) eran colocados sobre el corazón del difunto con una fórmula, hechizo o conjuro inscripto en su base, para dar protección y preservar el mensaje de vida, fuerza y poder, capaz de vencer a la muerte.
En cierto modo, los lugares, momentos y sensaciones que intentan recrearse de forma cronológica a través de las palabras e imágenes en esta obra, forman parte también de un camino infinito, de lo oscuro hacia la luz, un proceso íntimo de transformación, en cambio constante y perpetuo.
Quedan invitados a recorrerlo.