Desde las primeras líneas Andrés nos extiende su mano para que lo
acompañemos en un relato, narrativo al comienzo, que va exaltándose
hasta confundirse con nuestras experiencias y logra así que su voz
sea también la nuestra y que su memoria nos pertenezca, pero lo que
es aún más importante, nos regala su mirada, sus ojos de poeta que
pintan de otra forma el mundo, su análisis minucioso de los pequeños
detalles, su fina ironía, y su optimismo en el mañana. No necesita de
las vanidades de las academias en complicados giros lingüísticos,
en extrañas formas retóricas o énfasis, en cargar sus páginas de
palabras inaccesibles, en vanas demostraciones de erudición,
a Andrés le basta la felicidad de escribir.
– Alicia Ardila