Su abuela le enseña a leer con el libro de Lewis Caroll, Alicia en el País de las Maravillas. La niña se llama Alicia Doménech y ésta es su historia. Una novela romántica, al estilo de un bildungsroman, que abarca desde los años 60 hasta la actualidad.
Alicia embargada de angustia ante el próximo casamiento de su hija vuelve hacia atrás sus días.
Aquella infancia bucólica en la estancia La Canela se vio modificada de modo intempestivo por una decisión de su padre. Ya en Buenos Aires bajo el influjo de las canciones de los Beatles conocerá a Ezequiel, su primer amor.
En la década de los 70 por una amenaza de secuestro, su familia la envía a estudiar a Suiza. Allí pasará su adolescencia de exilio, entre juegos mentales y ensoñaciones. Favorecida por la lengua francesa, elaborará una absurda teoría del beso amoroso.
Vuelve al país cuando sus padres mueren en un accidente. Se reencuentra con Ezequiel y vuelve a renacer el amor. Pero la familia de él, observante judía, logra doblegar los sentimientos del joven e impide un matrimonio mixto. Sumida en el dolor, un sueño extraño de Alicia se le despliega en forma oracular. Roma Antigua, una bacanal y una palabra: Aprilis.
Ser guía de turismo en la Polinesia Francesa transformará su vida. La naturaleza desbordante, las costumbres exóticas entran en su piel y la desbordan. Paul será un maestro espiritual. A través de un rito de iniciación le enseñará a desplegar el amor como arte y ética.
En lo que creía nada más que un trabajo encontrará la libertad en el amor. Compartirá su pasión por Antoine con su vahine tahitiana. Aprenderá un tercer idioma para expresar sus sentimientos, emociones y sensaciones.
Su vida se despliega en dos mundos opuestos. Comprende ahora, muchos años después, el profundo sentido del libro que le leyera su abuela en su infancia. Vive y no vive en este mundo. Vive y no vive en otro mundo.
Finalmente llegará el amor de su vida, el padre de su hija, pero será a través de una relación prohibida. No se siente definida por su condición ni por sus intereses sociales. Siente una ética libre sin condicionamientos a través de su cuerpo y de su vida. Y comprende, con dolor, que a veces el grado más alto del amor es la renuncia.