Girar en una calesita, con el brazo extendido a la caza de la sortija. Un cigarrillo prestado bajo la tenue llovizna de verano. El café perfecto, en la mesa del bar de costumbre, sobre la mejor ventana, mirando el barrio de la niñez. Una palmada en la espalda de un amigo recién llegado, y el abrazo de un padre al hijo que regresa. Una mirada devuelta entre la multitud. El aroma de un pan crujiente, recién horneado, en la mesa de la casa de la infancia. Estas y otras imágenes son las que me viene al leer a Maximiliano Cartl. Es un escritor que escribe desde su memoria, desde sus adentros, para con imágenes sencillas hacernos recordar y revivir lo tierno, lo amargo , lo que fue y ya no será, pero principalmente el continuo presente como una promesa a toda sortija posible.Fogón y fuelle de un hombre que ha buscado en la vida los momentos felices de su propio destino. Leerle es ver al hombre, al joven y al niño. Sin definirse ninguno, entreverados entre sus rimas y versos, Maximiliano Cartl, nos invita a una amistad con todos ellos. El escritor convoca a una reconciliación entre los distintos tiempos de un hombre, plantea un pacto de complicidad con el lector. Lo predispone niño en algunas líneas, lo empuja a la juventud en otras, y lo fuerza adulto finalmente. Maximiliano Cartl, es de aquellos escritores que no pueden ni pretende esconderse entre su prosa. Al terminar de leerle se nos empoza en la mirada el niño que fue y fuimos, mostrando las cicatrices que el traje de adulto oculta.