Reconociendo mis largos ochenta años vividos, agradezco al Supremo que me haya hecho madurar, pero no envejecer, para otorgarme la fuerza de realizar dos viajes a la cuna de la historia, esa que leía con pasión a mediados del siglo pasado.
Esos viajes pletóricos de matices, donde la historia se amalgamó con arte, cultura, paisajes, fantasía y amor principalmente, compartido con mi compañera, con besos en un lugar impensado, la romántica cubierta de un crucero por el Mediterráneo.
Más de diez mil kilómetros, en Italia, de Venecia a Roma, pasando por Capri, rodear Sicilia, Palermo a Nápoles, Palma de Mallorca de la madre patria, España, el Adriático de Barcelona al Mediterráneo de Marbella, conocer medio país, a bordo de diez aviones, cuatro trenes, el crucero y los micros. Aparte de los cuatro aviones de ida y vuelta.
No es un relato, es la vivencia de dos seres sensibles que vuelcan lo vivido, como, sencillamente sentando al lector en un asiento imaginario a su lado.