Mauricio Cohen –un judío que respeta la religión por el que dirán– construyó desde la nada un imperio con numerosas empresas, en un pueblo ideal e imaginario en las colonias judías a principios del siglo XX, en el noroeste argentino. Obsesivo, detallista y de fuerte carácter, ha organizado toda su vida y la de sus descendientes –12 hijos, que era su deseo y de acuerdo a las doce tribus de Israel– de tal manera que asegure la continuidad de su visión del mundo. Cuando fallece es reemplazado -de acuerdo a detalladas instrucciones que deja por escrito- por su hijo mayor, David. Normativas que incluyen hasta el último detalle de su entierro.
Sucede que el primogénito -generación nacida en el país, con una visión más adecuada a los nuevos tiempos- decide dejar de lado esas estrictas disposiciones y comienza a diseñar una nueva estructura familiar y empresarial. El cruce generacional construye una trama apasionante, que contempla tanto otros comportamientos (casamiento con parejas de distinta posición social, surgimiento de un feminismo impensado para la época, amores imprevistos entre algunos integrantes de la familia) como las nuevas teorías económicas que recorren el mundo.
Sobre el telón de fondo que remite al pasaje entre la premodernidad inmigratoria y los marcos normativos de mediados del siglo XX, todo se desarrolla con una prosa ágil y atractiva, de situaciones cambiantes, que despliega una aventura de final insospechado. Pero no conviene adelantar las conclusiones.