No creo que tenga que darse “el gran tema” como punto de partida para un cuento. A veces, el disparador lo constituye una casualidad, un anhelo o un deseo reprimido durante algún tiempo, que un día estalla en forma literaria. Luego aparece “el cuentista, astrónomo de palabras, y nos revela su existencia”, como expresa Cortázar. Una piedra preciosa en bruto, que el escritor va puliendo, o tratando de pulir, con el talento, poco o mucho, con el que haya llegado a este mundo.

Hoy no me va a salir nada. Estoy seguro. Después, las palabras empiezan a levantar vuelo, a ganar papel, y entonces la sensación primera se va alejando, queda atrás. Y da paso a la construcción del texto. Porque de construcción se tratan los talleres, no solamente de reparar. No será una pretenciosa sesión de brainstorming, como las que ocurren en algunas agencias de publicidad, pero es autosuficiente. Sirve para arrancar. Y sostener todo un año.