«“Es para vos”, dijo; un instante después apartó el pocillo, alisó una hoja de papel sobre la mesa y se sentó a mi izquierda, con las yemas de los dedos rozando suavemente mi brazo.
Era un poema de amor de ángel, no existe la puntuación en ellos y la caligrafía es extravagante. El retoricismo puede entorpecer la lectura y tornar compleja la interpretación de algunos pasajes; esta dificultad desaparece con la palabra hablada. Presumo, aunque mi única garantía es la sospecha, que la obra artística del ángel está negada a la comprensión y sensibilidad de los mortales; si mi parecer fuese acertado, los versos que me emocionaron no le pertenecerían, se trataría de transcripciones exactas de obras antiquísimas compuestas por hombres, poetas lejanos, un legado eternamente perdido y rescatado por él de la oscuridad y del tiempo. La tinta celeste con que fueron escritos se ha ido desvaneciendo desde la noche que se durmió en mis piernas por última vez. Son ocho papeles que huelen a su cuello; en días de lluvia, al acercar el oído al cajón donde los guardo, escucho el timbre manso de la ocarina roja y verde que sólo cantaba en su boca».
Fragmento del cuento El ángel de la ocarina,
de Ariel García