Cuando tenía 21 años, a Stephen Hawking le diagnosticaron ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una gravísima enfermedad neuromuscular degenerativa. Aunque le pronosticaron una sobrevida de dos años, vivió hasta los 76 y construyó, además, una intensa vida familiar y laboral, con un rutilante éxito profesional y académico que lo condujo a declararse en varias ocasiones “muy feliz”. Mediante una espiritualidad bien calibrada, Hawking logró marchar a contramano de su declive biológico y la física teórica pasó a constituir su verdadero amor y motor.
La espiritualidad nos permite darnos cuenta de que la verdad es relativa y la podemos hallar en todas partes. También la vinculamos a la búsqueda del sentido de la vida. Un sentido que sea capaz de trascender lo mundano, lo banal, lo homogéneo.
El envejecimiento es consecuencia de un proceso biológico que se inicia alrededor de los 20 años. Pero su ritmo puede ser lento o rápido. Mediante un estilo de vida saludable y una profundidad mental que acompañe, se puede ralentizar significativamente y alcanzar una saludable longevidad. La clave residiría en el potencial que la sensibilidad humana posibilita: un estado de conciencia o iluminación, capaz de fortalecer al individuo para que resista la ansiedad o la inestabilidad emocional.  
Inspirándonos en la sensibilidad de Stephen Hawking podríamos desarrollar una sabiduría general, como asimismo una “sabiduría corporal”, vinculada a los saberes, especialmente intuitivos, que alguien posee sobre su cuerpo, basados en su experiencia y en una observación inteligente. Pero básicamente, el bienestar psicológico se consigue mediante la autoaceptación, las relaciones positivas con los demás, los proyectos personales y la autonomía. Armonizando así nuestro mundo interno, podremos obtener más margen para la salud y la longevidad.