Esta biografía de Esteban Echeverría, en bicentenario de su nacimiento, busca instalar en la sociedad argentina el recuerdo viviente (por eso está escrito en primera persona) de quien fuera el ideólogo de la organización nacional a partir de la Carta de Mayo que él escribiera, en el seno de la Asociación de Mayo que fundó junto a Juan Bautista Alberdi y a Juan María Gutiérrez. Echeverría ha sido el fundador de la sociología política de nuestro país utilizando a la poesía como instrumento de denuncia y de descripción de la realidad que vivimos, después del 25 de mayo, pero sobre todo durante el gobierno de Rosas. Es por ello que Alfredo Palacios lo calificó como -el albacea de la Revolución de Mayo-, tenaz defensor de las libertades públicas y del estado social de derecho que él anunciara en su Dogma Socialista. Está claro que La cautiva fue una premonición de que alguien, como Sarmiento, pudiera escribir más tarde Civilización y barbarie , en tanto que El matadero fue una fiera descripción de la matanza humana cumplida en Buenos Aires por los matarifes rosistas. Echeverría se formó en París, donde la lectura como autodidacta de Shakespeare, Schiller, Goethe y Byron, lo conmovieron profundamente. Así se formó el poeta. Más adelante, Los Consuelos fueron fugaces melodías de un espíritu atormentado. En Elvira mostró cómo siempre triunfan las fuerzas funestas del mal sobre las aspiraciones legítimas de la felicidad. Tuvo una hija de quien no se conoce la identidad de su madre. Acechado por Rosas, luego de escribir La insurrección de los ganaderos del sur, tuvo que huir a Montevideo. El poeta y luchador social no volvió más a su patria. En el exilio vivió en la pobreza, se consoló con la literatura y el ensayo político, pues todavía pudo escribir la Hojeada retrospectiva sobre el movimiento Intelectual en el Plata desde el año 37, y El ángel caído, poema que le dictaron su vida, la patria, las costumbres de su pueblo y la naturaleza del hombre mismo. Esteban Echeverría murió en Montevideo el 19 de enero de 1851, pero como el cementerio fue bombardeado por el sitio naval que comandaba Oribe, sus restos pasaron a ser objeto de la desaparición. Los argentinos no tenemos los restos de este gran movilizador de voluntades, pero sí el testimonio de su gran obra, todo un programa social y político que todavía está pendiente de cumplimiento.