La imaginación del Paraíso se asemeja a un espejo en donde la naturaleza del hombre se refleja cuando sueña libremente. Allí el hombre se sabe dichoso y realizado. En su espacio, en medio de todos los acontecimientos que lo tachan, halla reposo y esperanza. El Paraíso es para todos los derrotados de la historia, para los olvidados e insignificantes, para aquellos que objetivamente no tendrán ninguna segunda oportunidad. Pero, ¿acaso la verdad se reduce a la verdad de los hechos? La afirmación del Paraíso se nos presenta metafísicamente justificada, no sólo a causa de la objetividad de la desdicha, sino antes bien, y, por sobre todo, porque hay en ello tanto una razón de justicia, como una ganancia en la conciencia de nosotros mismos. La postulación imaginal y dichosa del Paraíso es toda lucidez y responsabilidad. A su entrañable territorio pertenece el coraje de todos los hombres de buena voluntad; del hombre que sueña creando y espera según la medida de la plenitud de su propia bondad.