Habitualmente el concepto de “finito” suele ser equiparado al de “límite”. Pero, persiguiendo un mayor rigor, ¿acaso no es la idea de límite una opinión del sujeto acerca de la finitud del ente y en nada semejante a la finitud misma?

El límite distribuye un estar fuera, encerrados afuera, -fuera del hogar, fuera de la patria, fuera del paraíso- y sin mayores indicaciones, nos instruye acerca del día inmóvil de no estar en lo propio, sometidos al desasosiego del límite. También suya es la angustia de la división de la soledad y el no-ser de la muerte; y además es suya la impotencia de los deseos y la venganza del “no dejar ser”, que recae sobre los seres inanimados y vivientes. Cuando la finitud es definida desde y por el límite. Así el mundo no es “este” mundo, ni el mundo es “nuestro” porque se ve arruinado por el asalto del otro lado, por aquello que falta. Todo lo positivo de la finitud del ente es juzgado por la negación de una posibilidad imposible.

Cuando lo “finito” es presentado como el equivalente conceptual de lo limitado por un “límite”, entonces ya se ha decidido la existencia de una falta en el ente y, según tal elección, así resulta experimentado.

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