Interpretar, pensar o, en todo caso, criticar, son actividades que, dentro de las posibilidades de abstracción que pudieran hallarse en muchos de los seres humanos del conjunto de ellos que denominamos “Humanidad”, son, ciertamente, propias y distintivas de ésta, aun cuando ello no signifique, ni mucho menos, que quienes las practican vayan a coincidir en sus respectivas cosmovisiones, cuando de determinados temas se trata en la especie. En tal sentido debemos, como principio conductivo de nuestro proceder, abandonar o hacer caso omiso de cualquiera ideología, tratando de no obnubilarnos con postulados que pudieran ser engañosos, lo cual podría propiciar que caigamos en errores o en malas interpretaciones, las cuales, es ocioso decirlo, incidirían en el entendimiento de la exposición que propusiéramos, y que, dicho sea al pasar, será, o al menos es de suponerlo, escudriñada por quienes decidan leerla.Por otra parte, nosotros no pretendemos que nuestros presuntos lectores acepten a rajatabla, ni mucho menos, nuestros puntos de vista, deseo éste que sería del todo contrario a lo que venimos exponiendo, aun cuando ellos pudiesen coincidir –en mucho o en poco, puesto que no viene al caso hacer conjeturas en torno a ello– con nuestras argumentaciones, habida cuenta de que, como hemos estado diciendo, cada hombre debe elegir con qué parte del discurso quedarse, o bien no hacerlo en modo alguno, relativamente a las elucubraciones vertidas por cualquiera de sus congéneres, a despecho aun de que eventualmente pudieran servirles de base a las suyas propias.Eduardo D. Olsztajn