Hay en cada barrio un alma personal, con características únicas. Muchos de sus pobladores han nacido y viven en él desde largos años, impregnados de sus vivencias, olores y sabores. Apenas conocen otros barrios siendo el único punto de coincidencia, el centro de la ciudad.Barracas se adueña de quien cae en su hechizo. Los viajeros lo recuerdan y describen con emoción, los historiadores evocan sus hechos notables, los artistas encuentran pintorescos motivos para sus obras, los poetas cantan sus misterios, los investigadores descubren tesoros inesperados, los vecinos zurcen cotidianamente los desgarros y trabajan por el barrio que sueñan. Marcelo Nasra nos cuenta el paisaje tangible e intangible del patrimonio barrial y logra sorprendernos.Dice el poeta Enrique Molina sobre el movimiento surrealista: “El hombre penetra en los secretos de un mundo desconocido que explora, en su vertiente mágica, dirige con su sueño el éxito o el fracaso de una cacería y asume sin saberlo todo el poder del deseo”. Poblados de personajes que transitan situaciones en contextos comunes, éstos mutan, crecen, se transforman, dejan rastros, dibujan abismos y desbordan melancolías guardadas. Como en una atrapante película, se suceden las imágenes que plasman la arquitectura urbana, los acontecimientos políticos-sociales, las tendencias temporales y sus formas de comunicación, el paisaje real o imaginario; intercalando la nostalgia sepia con la locura que hace invisible o destroza al otro.Cada uno de los personajes aparece con su propio diccionario, moldea fantasías, compara analogías, derrama adrenalinas dormidas, convive con sus dilemas morales y muere con cada anhelo frustrado. Con una narración que logra interesar con distintas y eficaces herramientas, el autor logra ubicar al hombre contemporáneo en una virtual orfandad, pero con la necesidad de construir nuevos ideales de vida. Lo aborda con climas dinámicos, cautivantes y delirantes… al mismo tiempo que penetra en las místicas entrañas de un barrio del sur de la Reina del Plata. Graciela Puccia