En nuestros días asistimos a una valoración cada vez más positiva de los animales. Un Papa ha dicho que hay en ellos un soplo divino, la justicia les reconoce una personalidad no humana, se tiende a reemplazar los zoológicos por reservas naturales en que viven en libertad. En este contexto, los animales domésticos –en particular, perros y gatos– se convierten en un miembro más de la familia. Son animales de compañía, no solo porque la hacen a sus amos sino también porque, en una prestación mutua, les place gozar de la compañía de éstos. Las páginas que el lector tiene en sus manos procuran asomarse a cómo se fue dando tal relación en la Hispanoamérica de los siglos coloniales, coronados por el de la Ilustración, en el cual ya se advierte la mentalidad a que responde la relación actual entre los humanos y los alguna vez llamados sus “hermanos menores”.