El autor nos invita a viajar en el tiempo; mientras va leyendo las señales del camino: andar, meditar, observar con respeto y curiosidad y accionar sin temor para transformar la supuesta realidad. En su viaje, nos incita a seguir un devenir que para la gran mayoría podría parecer tortuoso, la elección más difícil, pero que él está dispuesto a vivir como experiencia temporal, porque sabe que –por ingrato y extenso que pudiera parecer dicho tiempo– el mismo solo representa un flash, como el de un relámpago en un instante de su vida: la eternidad de su ser superior. Opina que, desde la dimensión de lo real –que no es la nuestra– se aprecia que el espacio y el tiempo son solo una ilusión, una proyección de realidad virtual aumentada, una elección voluntaria producto de un guion del que somos autores e intérpretes como actores principales. Juega dentro de la proyección y se traslada; percibiendo la inmensidad de su entorno desde su posibilidad de amalgamarse en el árbol, una hoja suelta al viento, un ave ingrávida en el cielo, o un simple fotón: la cuántica de las cosas más simples y diversas de la vida, incluyendo las más dolorosas, hechas poesía.