Julio Monsech Segurado nació en Cláypole, Provincia de Buenos Aires, en 1952. Sus padres fueron de origen catalán y castellano respectivamente. Tuvo una formación educativa eminentemente técnica y, dado que sus padres eran “ateos”, creció alejado de cualquier fe religiosa, aunque educado en el más profundo respeto a todas las creencias religiosas e ideales políticos. Desde pequeño sorprendió a sus padres al recordar, por ejemplo, detalles de la construcción de su casa anteriores a su nacimiento; pero también acostumbró a sorprender con “recuerdos del futuro”. De origen humilde, aprendió a fabricar sus propios juguetes y a construir ciudades con el barro de la zanja de su casa quinta familiar. Convivió jugando y estudiando con vista a la huerta que supo cuidar, junto a una profusa variedad de árboles frutales, pinos y rosales. Disfrutó de la compañía de gran cantidad de animales de granja en su casa y su vecindario, como ovejas, vacas, caballos, perros, aves silvestres, cuises, comadrejas, lagartos y toda clase de bichos del campo. Hormigas, avispas, orugas, arañas, alacranes, serpientes, mariposas y otros varios fueron objeto de su curiosidad insaciable. Jugó al fútbol en el potrero, se trepó a todo gran árbol que se cruzó en su camino, construyó carpas, chozas, arcos, flechas y viajó en bicicleta o a dedo; o bien como mochilero en las peligrosas décadas del ‘60 y ‘70, mientras comenzaba a escribir poesía inconveniente. En 1976, cuando residía en la Patagonia y a causa de una imprudencia laboral, fue trasladado a una clínica en estado comatoso, sin esperanzas de supervivencia. A la madrugada, estaba “clínicamente muerto” y paseando fuera del cuerpo por toda la clínica, en busca de la enfermera: “enfermeraaa...”. A los pocos minutos, luego de ver lo que ven todos en dicho estado y ser consultado respecto a su voluntad de regresar para continuar su obra, resucitó. Sobrevivió a 45 días de internación, pero inmediatamente comenzó a repetir la experiencia de salirse del cuerpo de manera espontánea, ya sea para recorrer su entorno o viajar a las estrellas... Por aquellos tiempos, sin internet y con una experiencia tan traumática como tabú encima, su vida cambió diametralmente: más viajes –ahora voluntarios– y más poesía para relatar sus experiencias y morigerar así el impacto emocional por lo sucedido; más literatura científica y de ficción y más representaciones curiosas en madera tallada a cuchillo. Tiempo después, con la llegada de internet, dada su formación técnica y posibilidades de trasladarse voluntariamente al otro lado, no le resultó complejo adentrarse en algunos secretos de la física cuántica, para ayudarse a explicar mucho antes, lo que actualmente comienza a reconocer la ciencia como gran avance. Queda para otra ocasión la producción poética más antigua y un libro en prosa –casi terminado– mezcla de relato novelado de su vida e interpretación cuántica de sus viajes desde el “campo del punto cero”.