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Verso a verso
Rolandelli Carmen
ISBN: 978-9870234050
EDITORIAL DUNKEN
COLOFÓN: 2008-09-16
120 páginas
Poesía

Sinopsis

Escribir o leer poesía es ensayar una pequeña magia. Intentar definirla es tropezar con las mismas dificultades que se nos plantean cuando tenemos que definir un color, un sonido, el significado de la ira o el amor, el olor a café, el sabor de un dátil, la mano que instintivamente ahuecamos ante una vela encendida para que el viento no la apague. Diríamos que sólo podemos definir algo cuando sabemos poco o nada de ello. Pero ¿quién no sabe reconocerla, vislumbrarla ante el menor roce de una metáfora? Así como Platón sostenía que filosofar era prepararse a morir, quien lee o escribe poesía se prepara casi obsesivamente a vivir, pues la palabra no es lo contrario del silencio: es su consumación. Y toda la vida está jalonada por palabras. Ahora bien: ¿quién, en pleno siglo XXI, se detiene ante el esplendor voraz y eléctrico de un verso? ¿cuántos son los que se arriesgan a enarbolar un estandarte envuelto en llamas, arremetiendo contra los fantasmas de la mediocridad impuesta por el monopolio de los medios? ¿es la poesía el antídoto eficaz que nos preserva de las modas del mercado, narcotizado por novelas con aspiraciones a best-sellers? La poesía es el pasaporte más genuino a la propia identidad. No hay mejor manera de conocer a un verdadero poeta que a través de su producción poética, de sus ojos de sonámbulo que miran a lo largo y a lo ancho del tiempo. De esa mirada surgen los mundos sin espejos, el aleteo imperceptible de las rocas, la fascinación de la hoguera en medio del océano, el cuchillo en el viento, las máscaras de tantos besos ante la agonía de la espera, el bálsamo de la traición, el sueño serpeante de nuestras bestias, el hilo de claridades y el clavo en el ala del ángel que estaba destinado a atendernos. De esa mirada nace el vínculo con la imaginación, con el sentimiento y, sobre todo con el lenguaje, ya que si hay algo colectivo en el hombre es el lenguaje: se podrá ser más o menos imaginativo, se podrá ser más o menos vulnerable, pero la verdadera propiedad aglutinante y social reside en la lengua, en esas palabras que el poeta, por fidelidad a sí mismo, manipula como un prestidigitador en el borde del abismo. Ya Robert Louis Stevenson ha advertido la naturaleza dual de este género, pues el material de la poesía son las palabras (como los sonidos son el elemento esencial del músico) y ellas son el auténtico dialecto de la vida. Stevenson se refiere a las palabras como si fuesen simples piezas destinadas a resolver necesidades prácticas y se admira ante el poeta que, con esos rígidos símbolos destinados a propósitos cotidianos o abstractos, sea capaz de articular una estructura, a la que él llama “el tejido”. El poeta, por lo tanto, convierte algo útil o doméstico en algo inútil pero mágico. Un poema es una interrogación con multitud de respuestas, un punto de inserción, de intersección, un centro móvil y vibrante en donde se anulan y renacen sin tregua todas las contradicciones, los miedos, las dudas, los anhelos, las pocas certezas. La respuesta depende de cada poeta. Y he aquí la esencia de esta selección que se convierte en libro. Verso a Verso intenta rescatar el material de los que actualmente escriben y leen poesía, aún contra viento y marea, atreviéndose a experimentar o a discutir su ritmo, naturaleza o forma, a diferencia de tantas antologías en donde se publican trabajos de escritores ya muertos o de quienes parecen estarlo con sus moldes huecos y enciclopedistas. Se dice que la poesía actual no se vende casi como un insulto o como un defecto congénito, cuando en verdad la frase es un elogio: la poesía no se vende. Es más: no se vende, ni se alquila, ni se prostituye. En un mundo en donde se remata desde lo ínfimo a lo íntimo, se acribilla al futuro con discursos políticos en los que nadie cree, se promueve la banalización hasta de las religiones, que no se venda resulta una virtud y un elogio. Cada civilización ha tenido una visión distinta del tiempo; algunas lo han pensado como un eterno retorno, muchas como una eternidad inmóvil, otras como un manantial sin fechas o como línea recta o en espiral. Cada una de esas ideas ha encarnado en imágenes, en cosmogonías, en poemas. Desde la invocación mágica del hombre de las cavernas al Cantar de Gilgamesh, desde los himnos vedas a la Ilíada y la Odisea, desde los cantos de La Eneida a la poesía trovadoresca y galante, desde los haikus y tankas a la Divina Comedia, en fin, la poesía ha convertido el enigma del mundo en tiempo desvelado, en enigmática transparencia. Y desde ese lugar, su lugar, archipiélago de signos y resplandores, ha desandado el camino una y mil veces bajo distintos nombres: Borges, Vallejo, Lorca, Maïacovsky, Guillén, Paz, Whitman, Alberti, Girondo, Ritsos, Dickinson, Hitmek, Seferis, Basho, Prevert, Bucowski, Neruda, Verlaine, Pizarnik, Ungaretti, Huidobro, Goethe, Sor Juana, Elytis, Aleixandre, Gelman, Plath, Rimbaud, Machado, Eluard, Molina, Safo, Rilke, Juarroz, Montale, Del Cabral, por nombrar algunos. Ha desandado el camino hasta llegar a la raíz, la palabra original, primogénita, primordial, de la cual todas las otras son puras metáforas. Pues a pesar de que nadie se ocupe de ella con la seriedad y el respeto que se merece, a la poesía se le ha otorgado el don de la capacidad de sobrevivir y gritar por aquellos que enmudecieron. Por último, seleccionar poesía es, tal vez, una de las tareas más ingratas a las que se somete un escritor pues no existe un decálogo a seguir ni fórmula para argumentar esa delicada decisión final de incluir a algunos y excluir a otros de una antología. La polifonía resultante en un libro, muchas veces, depende de la permeabilidad de criterios no de la formación académica. Agradezco una vez más a Editorial Dunken el haberme convocado por sexto año consecutivo a formar parte de este maravilloso proyecto federal, que es darle la oportunidad de publicar gratuitamente a tantos poetas anónimos y comprometidos con su idiosincrasia y su época. Ignoro si seré justo en la selección, pero siguiendo las enseñanzas del poeta norteamericano Wallace Stevens, he de recordar (aún frente al riesgo o tentación de ser injusto) que “el poeta es el sacerdote de lo invisible”. Adoro esta definición pues cuenta con dos elementos en los que creo y he basado los primeros cincuenta años de mi vida: el sacerdocio y la invisibilidad. De los siete libros que llevo publicados hasta la fecha, cinco son de poesía. ¿De qué tratan? Difícil es la respuesta. Acaso incrementen el sentimiento de realidad, intenten descubrir la relación de los hombres con los hechos, completen mi vida sin más propósito que dar con el sentido de muchas cosas o hechos que, a simple vista, no lo tienen. “¿Qué sentido tiene una flor?”, pregunta Buda a un discípulo. “La flor nace, crece, muere, cumple un ciclo. Está en este mundo sin sentido y sin embargo, es bella y conmueve”. Y es en esta conmoción en donde la poesía encuentra su carozo, su ombligo de nácar, el minarete desde donde se divisa el esplendor del bosque y, a la vez, la mota de polvo en un rayo, lo diacrónico y lo sincrónico, el misterio del agua corriendo por debajo de las capas geológicas y el vértigo de una nueva idea agrietando el remolino de nuestros pensamientos. La escritura poética es una búsqueda del sentido que ella misma expele, ya que no anida en la red del texto sino fuera de él. Basta releer aquellos versos maravillosos de Antonio Machado y entender el pulso de lo que digo: “caminante, no hay camino, /se hace camino al andar./ Al andar se hace camino,/ y al volver la vista atrás /se ve la senda que nunca /se ha devolver a pisar./ Caminante, no hay camino, /sino estelas en la mar.../ Golpe a golpe, verso a verso.” César Melis Buenos Aires, Agosto 2008





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