Prosa o verso, prosa y verso, algo de ambos, o una narrativa simbiótica. Sin duda han sido éstos los registros que dispararon la pretensión y duda inicial de Rodríguez Bornert a la hora de optar por la cautivante producción de este libro.
“Detrás del Horizonte” no conoce de tiempo real, ni de vida o muerte, ni de posibles e imposibles, ni de ningún cerco de cualesquier naturaleza restrictiva a la imaginación. Abunda sí, con surrealismos.
Para desenvolver ésta tarea, el autor se instaló en la mente de un niño. El niño que alguna vez fue. Y fueron a propósito de ello, la misma mirada franca y el raciocinio ágil de ese infante, los finos firmamentos que utilizó como puentes alegóricos para rememorar, reflexionar y traer al ruedo narrativo, una infinidad de situaciones vividas y no pocas imaginadas. De hecho, la dinámica e ingeniosa imaginación de un niño goza siempre de una libertad tan genuina y extrema como incondicional.
Es justamente en el terreno de todos esos atisbos, miradas e interpretaciones, donde aparece la pluma adusta y reposada del hombre ya maduro, para encargarse de tamizar y descifrar todos esos acaecimientos y poder volcarlos en algunos pasajes de la obra con una tinta descriptiva, mientras que en otros, con una de corte simuladamente poética. La propuesta, dentro de ese espacio imaginario e inexistente, no hace más que soslayarse sobre un eje temático claro y preciso. En esencia, el abordaje a la génesis e impacto de todos los aspectos e impresiones emocionales y espirituales que alcanzan al individuo. El amor, el odio, la alegría, el sufrimiento, la angustia, la avaricia, la incertidumbre, la nostalgia, la felicidad, la depresión, la tristeza, el dolor, la ansiedad, la fe, la ira, la pasión, la esperanza, la constancia y el resentimiento.
“Detrás del Horizonte” desentraña y libera todas esas sensaciones y todos esos sentimientos enunciados, valiéndose para ello de recursos literarios que no se ajustan a convencionalismos puros o estrictos y relegando a la vez en toda su extensión, la obvia cronología esperada por el lector. Munido a toda esa perspectiva el texto prioriza y hace hincapié con mucho énfasis, en un vínculo “sagrado”, el tendido entre madre e hijo. En la esplendorosa felicidad que provee el compartir un tiempo único, y en la inmensa tristeza y dolor que endilga el impacto de la muerte y el tormento de la ausencia.