Dios me permitió disfrutar apenas tres años a mi abuelo -poeta- César Nobili, de quien, dicen, heredé cierta sensibilidad para escribir. La posta de aquel genial padre de mi madre la tomó mi prima Adriana De Stéfano con su brillante “La malla sigilosa” (2005, Libros de Tierra Firme), y quiso el destino que ahora fuera mi turno de continuar con este legado literario.Sin embargo, tengo que confesar que muchas veces siento que no soy yo quien concibe las poesías, sino que éstas fluyen espontáneamente desde algún lugar de mi ser, dictadas por quién sabe qué apuntador que debe vivir en mi interior. Extraño, y hasta místico, pero cierto.