Nunca será la carencia de alas, lo que nos impedirá volar,
sino el haber perdido el placer del vuelo.

“3 Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada” (1 S 3:3).

El llamado del profeta, su responsabilidad delante de Dios. En especial, en el contexto en extremo hostil en el cual suele acontecer; su específica preparación, y las diferentes etapas de la misma, hasta su realización. Como el aislamiento de Elías, junto al arroyo de Qurit en medio de una sequía nacional; el solitario camino a Sarepta hasta la final confrontación en el Monte Carmelo, son parte de este escrito. La sabiduría, los sueños y el perdón progresivo, son temas que tampoco están ausentes. Así también, la posición de la mujer en diferentes ámbitos. Exponiendo prejuicios y diferentes perspectivas religiosas, tradiciones y costumbres adquiridas. Las que la autora, de manera sutil pero firme y por medio de la Palabra de Dios; nos insta a quitar de un plumazo revelador, los argumentos plagados de los pensamientos más rígidos.

Si somos incapaces de oír a Dios en el silencio,
tampoco lo haremos desde el relato.

“Por oscuro, silencioso o cerrado que pudiera parecer el cielo, la única manera de conservar la esperanza es manteniendo nuestra lámpara encendida. Samuel, habría pasado mucho tiempo alimentando las lámparas, contemplándolas mientras éstas ardían, alumbrando en medio de la noche. Acaso, en medio de tempestades y vendavales, truenos y ventiscas. Inmutable y fiel, a esa pequeña pero poderosa luz que lo unía a Aquél, a quien habiendo sido ofrecido por su madre le servía día y noche. Habrá ocasiones, que solo será eso, una pequeña luz en medio de la noche oscura de nuestra adversidad”.

Aún así, debemos confiar que lo que Dios dice en su palabra, o nos ha hablado, indefectiblemente se cumplirá, y esto es lo que trata de infundirle este escrito; Fe para esperar a verlo cumplido.