-La lectura de estos relatos trasunta ciertas formas de la personalidad del autor. Influenciado literariamente por sus admirados José Ingenieros, Antonio Gala, Baltasar Gracián, Leonardo Sciascia, Emile M. Ciorán, Jorge Semprún, Milan Kundera y tantos otros que nunca olvida en sus citas, no ha perdido las gratas vivencias del hombre del interior, del provinciano. Esta impronta destila frescura en la narración y una exquisita carga afectiva en la descripción de los personajes, a los que se aferra más allá de sus simpatías, con un hilo de nostalgia propia del que nunca se pudo ir del todo del pago que cobijó su niñez, o del ámbito en el durante tantos años desarrolló su vocación-. Identificarse con este estilo es agradable y se ve facilitado por historias compartidas por miles de argentinos del interior, que hemos pasado por el desarraigo físico, inicio de una especie de mutación que felizmente nunca concluye. Así, arraigado a la cosa irrepetible que marca la infancia pueblerina, plagada de libertades y calle, en de una sociedad sanamente vigilante que marcaba la diferencia entre la travesura y el daño, se ha forjado esa personalidad previa al intelecto, permanentemente cultivado, que nos regala otra muestra de su riqueza. En algunos pasajes de la obra me parece estar volviendo al pueblo...