El lector conocerá aquí la faz infausta e increíble de una policía deshumanizada, donde el poder punitivo se muestra totalmente descarnado, con imágenes crudas, sórdidas, mientras lo auténtico y lo irreal confunden sus voces, sin que pueda decirse donde empieza uno o termina el otro. En definitiva, se percibe el envilecimiento del ser humano, donde la espiritualidad se derrumba y donde los humildes son carne de punición.