Desde mi más tierna infancia estuve interesado en la investigación científica. Una monografía sobre el ADN (en el año 1962), a mis doce años me permitió ganar una beca de estudios para iniciarme en la carrera docente. Cultivar bacterias y enfermar a toda la familia, a los 13. A los 14 calculé y construí mi propia estación de radioaficionado. A los 15 mi colección de mineralogía superaba los 150 minerales, a los 16 sacaba y revelaba fotos profesionalmente. A los 17 construí mi primer acelerador de partículas. A los 19, ya desempeñándome como docente de física, utilizaba técnicas criogénicas para lograr comunicaciones en VHF por rebote lunar. A los 20, luego de trabajar en el desguace de un portaaviones (El “Independencia”), compré allí unos ojos de buey que me permitieron pulir y platear el espejo de mi primer telescopio reflector. Al año siguiente utilizaba el telescopio en infrarrojo como emisor-receptor radial a varios kilómetros de distancia. A los 28 emigré, primero a España y Francia, y luego, por esas cosas del destino, a África. En este libro cuento esa parte de mi vida, plena de experiencias emocionantes.
Tras una vida bastante poco sedentaria, ahora, a mis 65 años, deseo instalar un observatorio astronómico-geomagnético y sismológico en la Polinesia. Una vida sin proyectos no es una vida, ese es mi lema.