Cuando inicié este viaje por mi alma no pensé ni remotamente que había tanta tinta por consumir, tantas frases por escribir, tantos caminos por recorrer.
Sentí la necesidad primordial de dejar el testimonio de mis vivencias para que, por sobre todas las cosas, aquellas palabras no dichas, aquellos sentimientos no expresados, aquellos actos reprimidos no desaparecieran sin que dejaran su impronta.
No solamente como una manera de aliviar mi carga y continuar el camino sin tanto lastre sino como la tarea, el mandato, el deseo profundo de que todo eso no muriera conmigo.
Cada vez que he tomado esta pluma he tratado de dejar fluir mis pensamientos y emociones tan vívidamente como he podido.
Luego, trabajo de novato alfarero, he pretendido que tuvieran la mejor presentación, estructura, orden.
Sobre todo teniendo en cuenta al Otro, el destinatario de mi mensaje.
Ha sido para mí una grata alegría entre tanta agobiante tristeza - ¡vaya paradoja! – la recepción que ha tenido este esfuerzo.
Nunca he albergado la petulante pretensión de ser juzgado como escritor.
Sé que estoy muy lejos de serlo.
Y sin embargo, quizás, he esperado mucho más.
He tenido la increíble fantasía, ansiedad, ilusión de tratar de ser comprendido simplemente como un ser sensible.
En un mundo de espectros grises que juegan, simulan, representan una parodia de humanidad he intentado llegar a tu corazón si aún sigue allí latiendo, si algún sueño aún te convoca, si alguna mirada todavía te conmueve.
Por eso es que quiero agradecerte tu atención, tu tiempo, este instante preciso.
A veces siento que solamente somos un eslabón en la cadena de la vida.
Estas palabras son mi modesto esfuerzo para que ella no se corte.