Cualquier persona que conozca (o haya por algún medio visto) los paisajes de Galicia, comprenderá el porqué de la morriña que sienten los emigrados gallegos. Pero además, por esa magia que tiene la poesía de transformar la experiencia personal en colectiva, esa magia que convierte un palmo de tierra en la totalidad del mundo, la nostalgia por el terruño es la que sienten todos aquellos que se vieron forzados a emigrar de cualquier sitio. Es el sentimiento de quienes viajan a otro pueblo con la esperanza de volver al suyo, esperanza que muchas veces se atenúa pero nunca se apaga totalmente.

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Marita Rodríguez-Cazaux elige la poesía para homenajear a sus padres y con ella a todos los inmigrantes. Es la poesía la que le permite la transmutación del dolor de la partida (ese dolor “por no partir jamás/ aunque se parta”) en un hecho a la vez amoroso y estético, un recorrido por las diferentes emociones de la vida de los que inmigraron y sus descendencias. Si aceptamos que tuvimos un mismo ancestro común que vio la luz en África hace millones de años, entonces aquí y en gran parte del planeta somos todos inmigrantes. Y este libro −nostálgico, entrañable, intensamente poético− habla de, y también para, todos nosotros.

Osvaldo Rossi
(Del Liminar)