invita a resignificar las despedidas y los finales.Paseando por cinco estaciones simbólicas, la autora construye imágenes poéticas cercanas al surrealismo. Apelando al mundo de las emociones, demuestra que existe belleza en situaciones cotidianas tristes (la muerte, el desamor, la angustia, la pérdida y el desencuentro).El resultado es una obra conmovedora, con reminiscencias estéticas portuarias. Tiene la nostalgia de alguna callecita porteña o montevideana, con farolitos encendidos, en noches de carnaval.