“Esta obra carece de síntesis, como carece de piedad el extraño motor que la gobierna. Pero eso insinuaría anticipar un argumento. Más correcto, más leal, es decir que la trama se está creando ahora mismo, mientras el libro está cerrado. Dada su ejecución ilusoria, su utilidad servirá a su objetivo: este libro no existe aún. Pero voy a rogarte que lo abras. Nada encontrarás, de seguro. Más, si por destino llegases a vislumbrar letras, luego palabras, estarías ante la señal que ansío. No te alarmes. El libro ha dado contigo: te ha encontrado.” En El mensajero, primer intento de literatura fantástica del autor, “se destilan presencias deliberadamente sencillas y ambiguas, donde gravita la salvación individual por sobre el individuo”, según sus propias palabras. Concebida la trama en un tiempo sin memoria, la incertidumbre y la demora prefiguran escenarios en los que un ser, con infortunio e insana bondad, permite una realidad que no prevé ni él ni quienes lo rodean, solo el ávido lector. Su narración es simbólica y gestada por otra de ejecución superior que la gobierna, casi ajena al autor, quien la sugiere como si no la comprendiera.